Fue la última persona que le vio con vida. También fue su último amor. Después de guardar silencio durante casi cuatro décadas, Ginger Alden relata ahora en una reveladora biografía todos los detalles de su vida junto a Elvis Presley. Desde sus ostentosos regalos y sus planes de boda, hasta la extravagante vida en Graceland y el carácter violento y colérico del Rey del rock.
Me dio una cajita de terciopelo verde, la abrí y me puso un enorme y precioso anillo de diamantes en el dedo. Mi mano temblaba mientras nos besábamos y salíamos del baño hacia el dormitorio». Elvis Presley había conocido a Ginger Alden solo tres meses antes de aquel 26 de enero de 1977, cuando el cantante se arrodilló para pedirle matrimonio. «Sabía que me había enamorado y ya no podía imaginarme mi vida sin él», escribe Alden en Elvis and Ginger, la biografía que acaba de publicarse en Estados Unidos.
En realidad, se habían conocido muchos años antes, cuando durante una feria local el cantante se acercó a saludar al padre de Alden, un oficial del ejército al que conocía. Ginger tenía cinco años, pero recuerda cómo Presley le pasó la mano por la cabeza. No volverían a verse hasta 1976.Ella tenía 20 años y vivía con su familia en Memphis cuando su hermana, Terry, fue coronada Miss Tennessee y recibió una invitación para visitar Graceland.
Terry llegó acompañada por sus dos hermanas. Esperaron a Elvis durante horas, pero cuando por fin apareció, la estrella se fijó inmediatamente en Ginger. La fascinación fue mutua. «Sé que puede sonar tonto, pero cuando Elvis entró en aquella habitación, pensé que empezarían a sonar trompetas. Estaba muy guapo. Se sentó y empezó a hablar con nosotras», recuerda Alden. Aquella noche, Elvis le leyó varios capítulos de El profeta, la obra de Khalil Gibran. Así, leyendo sobre espiritualidad y numerología, pasarían muchas noches.
La conquista de Elvis
Después de aquel día, Elvis empezó a agasajarla con toda clase de regalos ostentosos: joyas, coches, abrigos de piel… Ginger, que aún tenía novio, se dejaba cortejar, pero temía iniciar una relación con él asustada por su reputación de estrella errática. Animada por su madre, una ferviente admiradora de Elvis, siguió visitando Graceland.
La conquista de Elvis
Después de aquel día, Elvis empezó a agasajarla con toda clase de regalos ostentosos: joyas, coches, abrigos de piel… Ginger, que aún tenía novio, se dejaba cortejar, pero temía iniciar una relación con él asustada por su reputación de estrella errática. Animada por su madre, una ferviente admiradora de Elvis, siguió visitando Graceland.
No tardó mucho en aceptar la invitación del cantante para acompañarle a Las Vegas. A cambio,la estrella se ofreció a pagar la hipoteca de la casa familiar cuando los padres de Ginger se negaron a que les comprara una nueva vivienda. El despilfarro continuó en Las Vegas: después de llevarla de shopping, una noche, justo antes de subirse al escenario, Elvis le pidió a Ginger que cerrara los ojos. Cuando los abrió, un gigantesco anillo de oro y diamantes adornaba su mano. Acto seguido, sacó otro anillo más. De zafiros y diamantes. «Tienes que tener uno de repuesto», le dijo.
Pero el lado más oscuro y autodestructivo de Presley no tardó en aflorar. Cuando Alden se negó a romper por teléfono con su novio, Elvis montó en cólera y lanzó una botella. Aquella noche hicieron el amor por primera vez. Elvis no quiso desnudarla. Él, tampoco lo hizo. «No creo que las personas se deban desvestir por completo antes de casarse», le explicó.
Durante aquella visita a Las Vegas, Ginger no salió de la suite del hotel. Cuando volvieron a Graceland, la dinámica no cambió: pasaban los días en pijama, raramente abandonaban la habitación y siempre comían en la cama. Y si salían, él se ponía uno de sus monos encima del pijama y utilizaba un cinturón para sujetar la pistola que siempre llevaba.
Los episodios violentos se convirtieron en parte de la rutina. Elvis era capaz de disparar al retrete si se atascaba, a la televisión si no le gustaba el programa o al teléfono si su sonido le molestaba. En una ocasión, disparó a la pared de la habitación mientras Ginger leía. Le había pedido que fuera a buscarle un yogur y ella no había reaccionado. «Quería llamar tu atención», le explicó.
Aunque, sin duda, el episodio más peligroso ocurrió el día que Elvis salió al jardín empuñando su pistola creyendo que su hija, Lisa, estaba siendo perseguida por alguien con un revólver. Se trataba de un niño con un arma de juguete. Después de aquellos incidentes, se disculpaba, pero siempre volvía a hacerlo. Si Ginger le llamaba la atención por comer en exceso, Elvis era capaz de tirarle un cuenco de helado a la cabeza y si le preguntaba por los misteriosos «paquetes para dormir» que su enfermera le traía, él montaba en cólera.
En marzo de 1977, la pareja y un séquito de más de 30 personas, incluidas las hermanas de Alden, se fueron a Hawaii. Fueron días de playa, shopping, partidas de ping-pong y barbacoas, en los que Elvis no dejó de comer hamburguesas y pizzas. Consciente de sus excesos, le prometió a su novia que, cuando regresaran, se pondría a dieta.
Pero cuando una de aquellas noches, Ginger intentó persuadirle para que dejara de comer, Elvis se enfureció. «¡Vamos a irnos todos de Hawaii por tu culpa!», gritó. Cuando ella se giró para evitar el enfrentamiento, Elvis la golpeó en las costillas. «¡Nadie se da la vuelta cuando yo estoy hablando!», le chilló.
Una boda en ciernes
Durante meses, su compromiso se mantuvo en secreto. Elvis no quería que su hija Lisa, que entonces tenía diez años, lo supiera hasta que los planes fueran definitivos. Dios le indicaría cuál era el momento perfecto para casarse, le explicó Elvis a su prometida. Por fin, en el verano de 1977, decidió que el matrimonio se celebraría en Navidad. La noche del 15 de agosto, Elvis y Ginger empezaron a hacer planes. Él le prometió «la boda del siglo». Había pensado incluso en el vestido de novia: quería que llevara rosas de hilo de oro y que lo confeccionaran en Los Ángeles. Al día siguiente, a las 14.20 horas, Ginger se encontró a Elvis muerto en el baño.
Durante meses, su compromiso se mantuvo en secreto. Elvis no quería que su hija Lisa, que entonces tenía diez años, lo supiera hasta que los planes fueran definitivos. Dios le indicaría cuál era el momento perfecto para casarse, le explicó Elvis a su prometida. Por fin, en el verano de 1977, decidió que el matrimonio se celebraría en Navidad. La noche del 15 de agosto, Elvis y Ginger empezaron a hacer planes. Él le prometió «la boda del siglo». Había pensado incluso en el vestido de novia: quería que llevara rosas de hilo de oro y que lo confeccionaran en Los Ángeles. Al día siguiente, a las 14.20 horas, Ginger se encontró a Elvis muerto en el baño.
Se habían acostado unas horas antes, pero el cantante no podía conciliar el sueño. «Me voy a leer al baño», le dijo en las que serían sus últimas palabras. «Está bien, pero no te duermas», le contestó ella. Cuando Ginger se despertó unas horas después y se dio cuenta de que Elvis no había vuelto a cama, llamó a la puerta del baño. Nadie contestó. Cuando por finGinger abrió la puerta, se encontró a Elvis en el suelo.
Durante el funeral, Ginger se sentó en al fondo de la iglesia. Priscilla, la exmujer del cantante, se acercó a ella y le dijo: «Sé lo mucho que Elvis te quería». Todo lo que le quedó fue una caja llena de joyas y los recuerdos de los últimos meses de vida del Rey del rock.
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